Amo los árboles, hace poco realicé uno de mis sueños, visitar las Sequoias, esos árboles imponentes y milenarios, en el Parque Yosemite en California. ¡Qué maravilla! No podía dejar de verlas, de admirarlas. Sentía la fuerza, la impresionante energía que mana de ellas. Las fotografié una y otra y otra vez y cuando pude las abracé. Sólo una pequeñísima porción de ellas pude abarcar con mis brazos, fue una sensación muy especial. También me encantan los ficus Banyan, esos árboles majestuosos que admiro cada vez que paseo por Coral Gables. Constantemente les tomo fotos, me quedo fascinada contemplándolos, me encantan. Cada vez que los veo es como si fuera la primera vez, me sorprenden, me intrigan.
Me he puesto a pensar por qué me gustan tanto, por qué siento esa atracción especial por estos grandes árboles y concluí que es por lo majestuosos que son. Obviamente esa majestad se la dan los muchos años que muestran casi con impertinencia. Y con descaro y exageración muestran sus raíces que son muchas y cada vez mas, y crecen y crecen. No son ni remotamente tan hermosos las sequoias o los Banyan cuando son jóvenes; eso por supuesto se cumple para todos los árboles, la majestuosidad les llega con los años.
Contemplo esos árboles y me pongo a pensar, ¿Cómo sería si en vez de ser humano fuera árbol? ¿Cuál árbol sería? Y me pregunto, ¿Cómo mostramos los humanos nuestra majestuosidad, la que viene con los años? ¿Realmente la sentimos así? ¿Me siento de esa manera, “majestuosa” mientras más años tengo?
No es esa la manera como estamos acostumbrados a interpretar el paso de los años en nosotros, al menos no en nuestra cultura occidental. La percepción, la creencia es muy distinta. Existe una curva, un máximo al que podemos aspirar y de ahí en adelante todo es declive, deterioro. Según esta percepción, a diferencia de los árboles, a medida que crecemos, maduramos, cumplimos años, vamos perdiendo energía, presencia, importancia, valor. ¿Es así o es sólo una percepción?
Me hago esta pregunta, y se que la respuesta va ligada a otra respuesta, a la que le doy a la pregunta ¿Quién soy?
¡Cuantas preguntas me producen los árboles! Obviamente la conexión que siento con ellos me llena de una energía muy especial, que me hace más consciente y curiosa. Eso es bueno.
Otro mensaje hermoso que encuentro en los árboles es, por decirlo de alguna manera, la permanencia de su esencia. Ante un obstáculo, cuando tiene que desviarse, su energía, su empuje sigue vivo, aunque pierda unas cuantas ramas, algunas raíces, sigue allí, siendo lo que es: roble, apamate, araguaney, hiedra. Para ser quien es, en muchas circunstancias cede en algo, pero sigue allí creciendo, madurando, mostrando al mundo lo que es aprovechar lo que se recibe y devolverlo transformado en algo mejor.
¿Y cómo lo hace el árbol? Con paciencia, el ingrediente necesario para poder mostrar su esencia. No hay manera de apresurar los procesos, se respetan los tiempos de crecimiento, se aprecian los cambios como necesarios, se ofrenda lo que se tiene y se comparte la esencia de la vida. La semilla que le da origen, es la esencia de vida, es la representación de la potencialidad. Esa semilla, en medio de la quietud de la madre tierra, se transforma vibrando de energía. Y allí, en esa minúscula semilla está el secreto de lo que vendrá, está el milagro que la transformará en el espectacular árbol que toca lo más profundo de mi ser, que me hace sentir una conexión muy especial, que me obliga a detenerme en deliciosa contemplación.
Quizás eso es lo que se nos pierde, que no estamos familiarizados con nuestra propia naturaleza y por eso somos incapaces de reconocer y disfrutar de la majestad de nuestra experiencia.
La respuesta no es sencilla, pero de lo que si estoy segura es que no soy sencillamente este cuerpo, soy mucho mas y una manera de decirlo es que soy un espíritu que está teniendo una experiencia en este cuerpo. Siendo así, aunque mi cuerpo cambie, se canse, se deteriore, mi esencia permanece, lo que realmente soy y si esa esencia la cuido, la cultivo, le brindo un ambiente fértil, favorable, también se desarrollará, crecerá, extenderá sus ramas y se convertirá también en una presencia majestuosa, que agrega luz y vida al mundo.
Los celtas decían que cada hombre o mujer lleva en su interior un árbol, por medio del cual alimentaba su deseo de crecer de la mejor manera posible. ¿Cuál será mi árbol?