Aprendiendo del dolor

“No permitas que tu dolor se pierda.”

Hace unos días leí esta expresión en un relato sobre una persona que luego de pasar por crisis terribles logró encontrar de nuevo el sentido de su vida. Su reflexión es la siguiente:

“Nunca desperdicies tu sufrimiento. No es que el sufrimiento nos hace mejores personas. El sufrimiento simplemente sucede, de manera constante y aleatoria y si no le sacas algún provecho, entonces lo único que te proporcionará será daño,  habrá ocurrido sin motivo. Pero el sufrimiento también puede ser la mayor invitación posible a transformarte, pero sólo si aceptas esa invitación y vas  a través de un proceso de catarsis y sólo si realmente TU cambias en razón de lo que has experimentado. Pero esa parte es tu decisión. Sólo TU puedes realizar la catarsis en tu propia vida. Sufrimiento sin catarsis no es otra cosa que pérdida de dolor. Y nunca debes desperdiciar tu dolor, nunca desperdiciar tu sufrimiento. Son cosas poderosas, las más poderosas que hay. Úsalas. Transfórmate a través de ellas. Aprende. Crece. Mejora.”

Como les digo me impactó, y por eso quise compartir la reflexión, compartir también inquietudes, con respecto a este tema tan delicado por lo difícil de aceptar, el sufrimiento y el dolor.

 

¿Por qué?

Hay tanto que no entendemos… aparentemente lo primero que tenemos que hacer es aceptar, aceptar que NO se supone que entendamos todo, que hay cosas que nuestra mente nunca podrá explicar y que nuestro corazón no querrá aceptar.

Y no entendemos no sólo porque miramos al mundo de una manera muy egocéntrica a través de los distintos cristales que nos ha colocado nuestra formación, valores, cultura, época, experiencia, sino que como humanos tenemos una perspectiva muy limitada muy reducida del gran plan que constituye nuestra vida y su interacción con lo que nos rodea.

Me gusta mucho lo que dice San Vicente Ferrer al respecto:

“La pobreza y el sufrimiento no están para que los entendamos sino para que los resolvamos.”

Y por supuesto enseguida nuestra mente empieza a responder

“Con una desgracia como la que me ocurrió a MI, ¿qué deseo, qué fuerza, qué posibilidad puedo tener de  responder, de resolver?” El sufrimiento me destrozó.

 

Aprendiendo

Retomo el relato del principio, de este hombre a quien la desgracia llevó al sufrimiento más profundo, a la desesperación. Hasta el momento cuando ocurrió su catarsis, cuando el mismo peso de su dolor lo hizo reaccionar, lo hizo liberarse de las emociones que lo tenían prisionero y decidió no sólo vivir, sino buscar sin descanso el mayor beneficio que podía obtener de su destino destrozado. Con terquedad se dedicó a preguntarse a si mismo ¿Quién era la mejor persona en la se podía transformar después de tal sufrimiento? ¿Qué podía enseñarle esta angustia específicamente acerca de la compasión, acerca de lo aleatorio de nuestras vidas, acerca de la gracia, acerca de lo que es rendirse?

Habla de nuevo para decirnos

“Por mucho tiempo creí que mi meta era poder atravesar el cuarto caminando… Hasta que recordé cual había sido siempre mi meta, conocer a Dios, conocerme a mi mismo, conocer la sabiduría, conocer a mis hermanos. ¿Iba yo a lograr eso atravesando el cuarto? ¿O necesitaba cambiar mi foco, expandirlo?”

Permitan que esta última pregunta resuene en sus mentes y en sus corazones. Pregúntense con sinceridad:

¿Soy prisionero de mis emociones?,
¿Qué me han enseñado las experiencias menos afortunadas de mi vida? ¿Cuál es mi meta?

¿Lo sabemos? ¿Nos hemos tomado el tiempo para, como dice nuestro protagonista de hoy, cambiar el foco, expandirlo, ver con otros cristales y aceptar que existe un plan mayor?

Recordemos el consejo que recibimos al principio,

“.. nunca debes desperdiciar tu dolor, nunca desperdiciar tu sufrimiento. Son cosas poderosas, las más poderosas que hay. Úsalas. Transfórmate a través de ellas. Aprende. Crece. Mejora.”

Los dejo con las palabras de Rabindranath Tagore, el gran poeta bengalí,

“La desdicha es grande, pero el hombre es aún más grande que la desdicha.”